La entusiasta recepción que ha tenido este junio en la galería de la calle República de la ciudad de
Camagüey la exposición compartida por las artistas
Antonella Falcioni, de
Italia, e
Ileana Sánchez Hing
como anfitriona, en una plaza donde cohabitan y se aplauden las
actualizadas manifestaciones de la vanguardia, nos llevan a repensar la
vigencia del retrato como uno de los géneros por excelencia de la
pintura universal.
Se sabe que el ser humano, desde los remotos tiempos en que vio
reflejada su imagen en un espejo de agua, quiso representarse a sí mismo
y a la vez fijar el rostro de su semejante, pretensión que marcó una de
las líneas fundamentales de las artes plásticas a lo largo del tiempo y
a lo ancho de las culturas.
La gran pugna se dio entre el modelo y la representación, en términos
de cuánto esta última se correspondía con aquel, conflicto que pareció
resuelto en Occidente a partir del Renacimiento y mucho más con el
desarrollo de las escuelas retratistas europeas de entre los siglos XVII
y XIX.
Pero con la aparición de la tecnología fotográfica, perfeccionada
desde el daguerrotipo a la actual era digital, la pintura se fue
liberando de la necesidad de ser fiel al modelo. La descomposición
cubista le dio en su momento un tiro de gracia al retrato realista. Sin
embargo, el género no estaba muerto. Siguió ejercitándose y hallando
nichos en el mercado que lejos de desaparecer, se reproducen. En la
academia continúa siendo parte del aprendizaje la técnica retratista. A
fin de cuentas se aplica una orientación docente que nos recuerda
aquella lección poética de nuestro Guillén cuando le dijo a un joven que
para llegar al verso libre debía dominar la escritura del soneto para
luego descomponerlo.
La nueva pugna a estas alturas se establece entre las convenciones y
la experimentación dentro de la órbita realista. Una zona y otra, a
veces, se contradicen y complementan, aunque por momentos halla
contrapuntos irreconciliables.
Esta paradoja se refleja en la exposición
Reflejos del alma,
de Falcioni y Sánchez Hing. La italiana responde a cánones realistas
heredados de la tradición europea, aplicados a modelos extraídos de la
cotidianeidad cubana, gesto que se agradece por su filiación solidaria.
Se aprecia cierto oficio en la aprehensión de gestos y atmósferas, que
rodean rostros preferentemente de niños captados bajo una luz amable y
crepuscular, de bajo perfil. Al espectador le da la impresión de asistir
a una representación casera.
En las antípodas, la obra de Sánchez Hing, que desde hace algún
tiempo alterna sus retratos con la ingeniosa pintura de gatos y la
aproximación a la cultura pop, profundiza en su noción reactualizadora
del género. Ileana no parte de cero; son visibles sus deudas con Warhol y
Lichtenstein, pero también ostensibles sus códigos originales: el uso
atemperado de la solarización y los altos contrastes, la metaforización
del gesto y la peculiar gradación cromática.
Famosos unos, familiares otros, el tratamiento es idéntico: Ileana
desmitifica la instancia fotográfica en una operación que a la vez
apunta a una mitificación pictórica.
En ese rejuego dialéctico reside la intensidad de un arte que reivindica el retrato como género permanente.