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martes, 18 de junio de 2013

Cristica de Virginia Alberdi, La Jiribilla, "A propósito de una exposición compartida en Camagüey por Ileana Sánchez Hing y la italiana Antonella Falcioni"

A propósito de una exposición compartida en Camagüey por Ileana Sánchez Hing y la italiana Antonella Falcioni

Retratos, ¿fotografías?

Virginia Alberdi • La Habana, Cuba
La entusiasta recepción que ha tenido este junio en la galería de la calle República de la ciudad de Camagüey la exposición compartida por las artistas Antonella Falcioni, de Italia, e Ileana Sánchez Hing como anfitriona, en una plaza donde cohabitan y se aplauden las actualizadas manifestaciones de la vanguardia, nos llevan a repensar la vigencia del retrato como uno de los géneros por excelencia de la pintura universal.

 
Se sabe que el ser humano, desde los remotos tiempos en que vio reflejada su imagen en un espejo de agua, quiso representarse a sí mismo y a la vez fijar el rostro de su semejante, pretensión que marcó una de las líneas fundamentales de las artes plásticas a lo largo del tiempo y a lo ancho de las culturas.
La gran pugna se dio entre el modelo y la representación, en términos de cuánto esta última se correspondía con aquel, conflicto que pareció resuelto en Occidente a partir del Renacimiento y mucho más con el desarrollo de las escuelas retratistas europeas de entre los siglos XVII y XIX.
Pero con la aparición de la tecnología fotográfica, perfeccionada desde el daguerrotipo a la actual era digital, la pintura se fue liberando de la necesidad de ser fiel al modelo. La descomposición cubista le dio en su momento un tiro de gracia al retrato realista. Sin embargo, el género no estaba muerto. Siguió ejercitándose y hallando nichos en el mercado que lejos de desaparecer, se reproducen. En la academia continúa siendo parte del aprendizaje la técnica retratista. A fin de cuentas se aplica una orientación docente que nos recuerda aquella lección poética de nuestro Guillén cuando le dijo a un joven que para llegar al verso libre debía dominar la escritura del soneto para luego descomponerlo.
La nueva pugna a estas alturas se establece entre las convenciones y la experimentación dentro de la órbita realista. Una zona y otra, a veces, se contradicen y complementan, aunque por momentos halla contrapuntos irreconciliables.
Esta paradoja se refleja en la exposición Reflejos del alma, de Falcioni y Sánchez Hing. La italiana responde a cánones realistas heredados de la tradición europea, aplicados a modelos extraídos de la cotidianeidad cubana, gesto que se agradece por su filiación solidaria. Se aprecia cierto oficio en la aprehensión de gestos y atmósferas, que rodean rostros preferentemente de niños captados bajo una luz amable y crepuscular, de bajo perfil. Al espectador le da la impresión de asistir a una representación casera.
En las antípodas, la obra de Sánchez Hing, que desde hace algún tiempo alterna sus retratos con la ingeniosa pintura de gatos y la aproximación a la cultura pop, profundiza en su noción reactualizadora del género. Ileana no parte de cero; son visibles sus deudas con Warhol y Lichtenstein, pero también ostensibles sus códigos originales: el uso atemperado de la solarización y los altos contrastes, la metaforización del gesto y la peculiar gradación cromática.
 "Retrato de joven cubana", Antonella Falcioni.
"Retrato de Madonna", Ileana Sánchez Hing.
Famosos unos, familiares otros, el tratamiento es idéntico: Ileana desmitifica la instancia fotográfica en una operación que a la vez apunta a una mitificación pictórica.
En ese rejuego dialéctico reside la intensidad de un arte que reivindica el retrato como género permanente.

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